jueves, 7 de noviembre de 2013

El molino se hacía grande.

El deseo se hace palpable en nuestras nucas: en la tuya he soplado a los dioses un poco de aliento, y tú en la mía has tratado de convencer al mar para que se volviera piedra. 
¿Es la muerte? 
Me pregunto si la reina de los nocturnos es quién dirige la espada que cuelga sobre nuestras sienes, quién puede decidir si seguimos latiendo calientes o morimos de frío. Nadie puede encontrar conexión mejor, un montón de mentiras y un portazo. Caminos rectos que comienzan a cruzarse entre ellos por culpa del mal estado del aire que nos ha envuelto. Moriremos de contaminación, lo sabes.
¿Te he dicho ya que somos polvo tratando de respirar?
Me he llevado conmigo el ritmo que mueve el viento, el brillo que desvela todos los secretos; tierra encajada en los cimientos de mis enajenaciones. Una capa de historias va transformando en mate cualquier destello, y así seguirá acumulando cuentos desde otras voces. Voy a guardarlo para siempre, te lo juro. Y prometo que nunca nadie va deformar su estado natural. El tuyo, joder. Que ahora mío y oculto únicamente para ver la luz en mis fantasías.

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